Salón de peluquería de Vicente Galián. Calle Adresadors número 17
La barbería y la peluquería son
consideradas actividades fundamentales en lo que se refiere al mantenimiento de
la higiene y el ornato personal. Aunque en la actualidad pueda parecer una
labor tediosa y banal, rasurarse la barba era cuestión ardua en tiempos en los
que no existían las maquinillas de afeitar y la labor había de hacerse a
navaja, con tino y buen pulso y exponiendo la cara a cortes o arañazos. Es por
ello que a menudo, si la economía lo permitía, era preferible acudir a un
profesional aunque bien es cierto que entre las gentes más humildes, el
afeitado distaba de ser una actividad diaria, aunque ciertos prejuicios
culturales, como el asociar la barba con los musulmanes, animaban a los varones
a mantener su cara razonablemente despejada.
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Salón de peluquería de Vicente Galián. A la derecha, la calle Adresadors. |
En una sociedad que andaba lejos
de alcanzar nuestros niveles de higiene personal, el corte de pelo más que una
cuestión de moda era una necesidad pues liendres y piojos no eran ajenos a las
cabezas de nuestros antepasados medievales y aún en el siglo XIX no siempre
disponían en la hacinada ciudad, de medios adecuados para preservarse de
infestaciones parasitarias, lo que venía facilitado por el hecho de que en viviendas
no demasiado grandes, pudiesen llegar a convivir varias familias. Por supuesto
las condiciones higiénico-sanitarias de la masa más humilde no eran compartidas
por los grupos más pudientes para las cuales la peluquería era además un lugar
para ponerse a la moda, marcar tendencia o imitar las novedades que llegaban de
Europa, con Paris como referente.
Desconocemos por completo si
Vicente Galián Llorens compaginó el arte de la tijera con el del bisturí, pero
sí podemos decir que su peluquería llegó a ser un ejemplo de veteranía en el
antiguo 17 de la calle Adresadors haciendo esquina con la de Escolano.
En el último tercio del siglo XIX
Galián abrió su salón de peluquería. De él tenemos noticias al menos desde 1879
y la sospecha de que no debió llegar al negocio mucho antes, resultando
probable, aunque no constatado fehacientemente, que se iniciase, acabado su
periodo de aprendizaje, a lo largo de esa década de 1870.
Eligió para ello un emplazamiento
idóneo, haciendo esquina a dos calles, lo que le proporcionaba dos ventajas, la
primera de ellas era la doble visibilidad que proporcionaba a su negocio tener
escaparate a dos calles diferentes. La segunda, especialmente relevante para un
peluquero, era la luminosidad que ese emplazamiento le proporcionaba,
resultando como resulta fundamental para un peluquero gozar de buena luz.
La rígida moral de la época consideraba
un acto de promiscuidad y mal gusto que señoras y caballeros coincidiesen en un
espacio tan reducido compartiendo tiempo y conversación. De este prejuicio
surge la diferenciación entre peluquerías de señoras y peluquerías de
caballeros aún vigente y que como vemos no respondía en origen a una mera
cuestión de técnica y estilo. La peluquería de caballeros era, y en gran medida
aún es, un espacio masculino que las damas respetables tenían a bien evitar y de
hecho solo en las últimas décadas han comenzado a generalizarse las peluquerías
“unisex”. Galián orientaba su salón a caballeros e incluía en su carta de
servicios el lavado de pelo, el corte y el afeitado a cuchilla.
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Grabado. Barbería en el siglo XVI |
Desde siempre la lucha contra la
calvicie se ha enfocado desde los más variados frentes, casi siempre con escaso
éxito real y merma para el bolsillo del alopécico. Ya hemos visto en este blog
algunos ejemplos de pseudomedicina y hace unos meses hablamos de Heliodoro
Lillo, su perfumería “selecta” y el supuestamente milagroso “Céfiro de Oriente
Lillo”, cuya virtud parece probada, aunque no para bien, por el hecho de que
por el mundo sigamos andando muchas décadas
después unos cuantos hombres “de frente despejada”. Pero cuando todo fracasa y
el crecepelo no funciona, la solución eterna pasa por la táctica del disimulo. No
es nuevo pues en la antigua Roma incluso un conquistador como Julio Cesar
tapaba su alopecia tirando de diadema y de “cortinilla”, dejando crecer su pelo
de atrás y peinándolo hacia adelante.
.
Por ello Galián, al igual que
otros peluqueros, ofrecía servicio de pelucas, peluquines y postizos varios,
arreglo que podía acomodar tanto al caballero alopécico como a la señora
coqueta que deseaba aplicarse moños o extensiones sin tener que someterse a una
larga y cara sesión de peinado. Este servicio por tanto, se ofrecía por igual a
señoras y a caballeros aunque las damas más pudientes sin duda preferirían
acudir a alguno de los salones específicos para ellas antes que hacerlo a una
peluquería para hombres.
Autores: G. Fernández y E. Ibáñez.
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