JOSÉ PÉREZ E IGNACIO SESÉ, AGENTES DE QUINTOS. CALLES RIBERA Y REY DON JAIME.
JOSÉ PÉREZ E IGNACIO SESÉ, AGENTES DE QUINTOS. CALLES RIBERA Y REY DON JAIME.
http://comercioshistoricosdevalencia.blogspot.com.es/2015/01/agentes-de-quintos-en-valencia-entre-la.html
En este contexto la agencia de quintos vuelve a ser un negocio rentable, que en 1910 en Valencia asumía el Banco Aragonés de la calle de la Paz. Poco más recorrido habrían de tener estas agencias, al menos con su función original pues en 1912 el gobierno extendería el servicio militar a todos los varones en edad militar sin excepción acabando al tiempo con el negocio y con la injusticia del sistema, aunque las familias acomodadas aún se las podían arreglar consiguiendo de una forma o de otra, mejores destinos para sus hijos y esposos.
Para ver a modo de introducción, algunos comentarios sobre el reclutamiento militar a finales del siglo XIX pinchad aquí:
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Los agentes de quintas actuaban como intermediarios cuando
una familia acomodada quería librar a uno de sus miembros varones de los rigores
de la guerra. En tiempos de paz todo podía arreglarse mediante el abono de una
fuerte suma, pero cuando las necesidades de la guerra incrementaban la demanda
de efectivos militares resultaba imprescindible encontrar un sustituto.
La tarea no era difícil pues en caso de no poder comprar o
coaccionar a un empleado o subalterno para que cargase con la obligación
siempre podía encontrarse a quien por estar en situación de necesidad aceptase
ser reclutado a cambio de una compensación.
Era aquí donde entraban en juego las agencias de quintas que
se encargaban de prestar el servicio de intermediación entre unos y otros. A
ellas acudían quienes deseaban librarse del servicio presentando un sustituto y
ellas se encargaban de encontrar tal sustituto.
Cabe decir que a la evidente injusticia del sistema se
añadía el que a las familias pudientes eximir a sus varones del servicio podía
resultarles extremadamente económico. No siempre era preciso pagar al sustituto
una gran suma que cuanto menos hubiese servido como compensación, a menudo
bastaba con ofrecer empleo a un padre desempleado con varios hijos al cargo y
familia en situación de necesidad, para que uno de los hermanos en edad militar
aceptase el sacrificio como medio de salvación familiar: en otras ocasiones
bastaba con amenazar con el desahucio a la familia de inquilinos que por falta
de ingresos se retrasasen en el pago de la renta para que uno de los varones de
la familia se viese forzado a aceptar la sustitución. La injusticia inherente
al sistema se veía reforzada por la capacidad de coacción que los beneficiarios
del mismo podían ejercer sobre los perjudicados por el mismo.
Cuando el sustituto no aparecía o la coacción no daba frutos
era preciso recurrir a otros medios, había llegado el momento de recurrir a un
agente de quintas, que se ocupaba del engorroso asunto buscando a un sustituto
para cada uno de sus clientes, si bien aunque esta era la actividad más
relevante del negocio, el agente de quintos podía actuar también como gestor o
asesor en otros asuntos administrativos o de orden práctico relacionados con el
reclutamiento.
En 1892 existía un único agente de quintos en la ciudad de
Valencia. Se trataba de José Pérez, que prestaba sus servicios en la calle
Ribera 4. Es interesante constatar como la evolución de la Guerra de Cuba
parece fomentar este negocio y así en 1894 a José Pérez,, se suma la agencia La
Esperanza, propiedad de Ignacio Sesé Piris con sede en el 16 de la calle Rey
Don Jaime, la Guerra de Cuba está a punto de estallar y con ella la demanda de
reclutas rumbo a isla antillana. Poco después José se muda a la calle de Mosén
Femades. En vísperas del Desastre del 98 ambas agencias parecen bastar para las
necesidades de la ciudad y de hecho La Esperanza parece haber cesado su
actividad aún antes de que la derrota acaezca pues su propietario se dedica
ahora a otros menesteres.
No hay que esperar mucho para que las agencias de quintos
entren en declive, el negocio de José Pérez sobrevive a la derrota aunque por
poco tiempo pues desaparece en torno a 1900. Es evidente que la derrota en Cuba
y Filipinas y el fin de las hostilidades tiene mucho que ver con este repentino
cese de actividad. Nada se sabe ya de José Pérez a partir de 1901 y en lo que a
Ignacio Sesé se refiere, pega este un giro radical a sus actividades para
convertirse en exportador de fruta, operando desde el Grao. La actividad de los
agentes de quintas resultaba un negocio muy coyuntural y estrechamente
vinculado con las necesidades militares y los requerimientos en tiempo de guerra
pues en tiempo de paz se requerían cupos más bajos y para quien se lo podía
permitir resultaba más sencillo eludir la leva.
Pero no habrá que esperar demasiado. África se convierte en
el sustituto emocional de un ejército herido en su orgullo y de una élites
económicas que observan con avidez las posibilidades de la minería en el Rif,
zona del Sultanato de Marruecos reservada a la influencia española desde la
Conferencia de Algeciras de 1906. La injerencia española en los asuntos
internos de la región, solo muy relativamente controlada por el sultán sumiso a
los intereses coloniales europeos, excita los ánimos de algunos líderes locales
y la construcción del ferrocarril minero de Melilla se convierte en el
detonante de la que será conocida como Guerra de Melilla de 1909. Aunque el
resultado final será una costosa victoria española la campaña no estará exenta
de duros reveses y la propia Melilla se encontrará durante un tiempo cercada y
amenazada.
En este contexto la agencia de quintos vuelve a ser un negocio rentable, que en 1910 en Valencia asumía el Banco Aragonés de la calle de la Paz. Poco más recorrido habrían de tener estas agencias, al menos con su función original pues en 1912 el gobierno extendería el servicio militar a todos los varones en edad militar sin excepción acabando al tiempo con el negocio y con la injusticia del sistema, aunque las familias acomodadas aún se las podían arreglar consiguiendo de una forma o de otra, mejores destinos para sus hijos y esposos.
Como se ve, este peculiar negocio nunca estuvo especialmente extendido por la ciudad, con tan solo dos agentes en su periodo de apogeo. La coyunturalidad de una actividad estrechamente ligada a la recluta militar, incrementada en tiempos de guerra, no dejaba apenas margen al crecimiento, pues si bien los reclutados eran muchos solo una minoría pudiente requería los servicios de tales agencias. Con un mercado muy limitado de por sí la actividad se expandía o retraía al ritmo de la necesidad de hombres para la guerra por lo que la actividad de los agentes reaparecía y se desvanecía según llegaba guerra o paz.
No parece que tales agencias requiriesen de mayor infraestructura que un despacho, que bien podía ser una dependencia del propio domicilio del agente o alguna oficina en un inmueble compartido con otros servicios y actividades. Para tal actividad no se requería tampoco un gran bajo comercial y en definitiva la actividad podía llegar a tan lucrativa como poco costosa para el agente. No parece haber tampoco una motivación específica relacionada con las necesidades del propio negocio para la elección del emplazamiento de las agencias, las calles elegidas por los agentes particulares no se cuentan entre las más céntricas o comerciales de la ciudad, aunque la del Rey Don Jaime se signifique en su momento por su modernidad. Más llamativa sin duda es la localización de la agencia abierta por el Banco Aragonés aunque en este caso deben realizar tal función los locales de la propia entidad bancaria.