UN ROBO EN LA BISUTERÍA "EL CAIRO" (BAJADA DE SAN FRANCISCO)


Se encontraba en una de las calles más concurridas de la ciudad, la Bajada de San Francisco, justo en la esquina que esta hacía con la calle de Rojas Clemente, aunque tanto ha cambiado la zona que hoy, ni bajada ni calle, ni siquiera esquina, existen.

A menudo hemos explicado, ya sea en este blog, en nuestras colaboraciones para Comunitat Valenciana en Directe de Levante TV o en charlas y conferencias, que a medida que discurría el tiempo, la industrialización fie transformando la economía y muy lentamente se fue gestando eso que hoy llamamos “la clase media”, base de esa otra definición fetiche de nuestro tiempo “la sociedad de consumo”.

Si en el pasado la joyería fue cosa reservada a una minoría muy pudiente, lo cierto es que según las clases populares iban adquiriendo poder adquisitivo, ampliando sus espectativas de consumo y adquiriendo gustos más sofisticados, se iba desarrollando un comercio a su medida.

La Bajada de San Francisco y, resaltado, el escenario de los hechos.

El Cairo es un buen ejemplo pues se dedicaba a la bisutería, un producto a la medida de quienes no alcanzaban a pagar piedras preciosas pero deseaban lucir galas aparentes en su vida social. Perfecto lugar para gentes sencillas con algún ahorro, para personas acomodadas, aunque no tanto como para lucir verdaderos diamantes, y, por qué no, para familias ricas venidas a menos que disimulaban su decadencia tapando con bisutería el hueco que dejaba en el collar aquel diamante que habían tenido que vender o que empeñar para salir de apuros.

Pero la popularidad tiene un precio, pues aunque bisuterías, aquellas viejas tiendas de “joyas falsas” que a menudo así se anunciaban sin el sentido negativo que hoy le damos, estaban un escalón por encima de las tiendas de complementos actuales y podían mover mucho dinero. Además, como tantas veces decimos, el rico tiene mucho dinero, pero pobres hay muchos más, así que se pueden hacer buenos negocios optando por el mercado más amplio. Además, aunque no tuviesen el oropel de los grandes diamantistas, aquellas bisuterías no eran tampoco lugares para pobres.

En 1923 la bisutería El Cairo estaba regentada por Rosa Presencia, viuda, sucesora de Hipólito Caamaño Gómez , que ese año recibió la visita de los cacos.

Sucedió en la noche del 31 de mayo al 1 de julio y los ladrones habían preparado bien su plan pues actuaron con buen conocimiento del terreno y sabiéndose a resguardo de miradas indiscretas y en particular la de los guardias que acostumbraban a patrullar la zona. En la primera fase penetraron en la farmacia contigua, a través de una escalerilla que conducía a una portezuela que hacía las veces de salida de emergencia cuya cerradura descerrajaron para penetrar en el interior con sigilo y asegurarse de que nadie había en el interior que pudiese frustrar sus planes.

Pero la botica no era su objetivo, tan solo el lugar desde el cual, a resguardo de toda vigilancia, podían practicar un butrón para entrar a la vecina la bisutería desde la pared medianera entre ambos establecimientos. A través de aquel considerable boquete, de medio metro y abierto con sigilo, accedieron los ladrones a su objetivo y una vez dentro no tuvieron más que rebuscar cuanto les convino y llevarse piezas por valor de 30000 pesetas, suma considerable.

La policía se enfrentaba a un enigma, a al espera de que algún error de los delincuentes los pusiese en evidencia, acaso si alguna pieza aparecía en el mercado o se obtenía el soplo de algún perista o intermediario.

Algunos días después, uno de los presuntos ladrones, Federico Sánchez alias Mendigua, se reunió en las inmediaciones de la Cárcel Modelo con Gregorio Punzuriaga, para hablar de asuntos relacionados con el robo de la bisutería El Cairo, acaso sobre el reparto del botín o sobre la comisión o mordida sobre su venta en el mercado negro, o cualquier otra oscura razón de cuantas son comunes en estos asuntos turbios.


Fachada de la Cárcel Modelo de Valencia, escenario de la pelea a navajazos y previsible destino de los involucrados.

Aquello no acabó bien, pues ambos concluyeron el negocio a navajazo limpio. Acudieron transeúntes a separarlos y Punzuriaga abandonó la zona, tomó un tranvía y se marchó de allí, sin reparar en que su adversario, aún furioso, lo seguía. Finalmente el perseguidor encontró a su presa tomando unos vinos en una taberna de la calle del Conde de Montornés, lo llamó desde la calle y cuando el otro acudió, le sacudió un soberano golpe quedando Punzuriaga herido y el agresor, a la fuga. Más les hubiera valido arreglar sus asuntos con modos más pacíficos pues al escándalo intervino la policía y la declaración que el herido hizo ante el juez acabó por incriminarlos a ambos en aquel robo que las autoridades venían investigando.

Fue aquel Federico Sánchez “Mendigua” ladrón famoso entre los bajos fondos de Valencia, cuyo nombre y hechos eran tan reconocidos por las autoridades como sus habilidades para escurrir el bulto, a lo que ayudaba su habilidad para emplear varias identidades falsas. Finalmente fue capturado el 29 de febrero de 1924 en el interior de una vivienda de la calle Pizarro 14, no sin intentar antes volver a dar esquinazo a la policía haciéndose pasar por Vicente Besag Martínez, una de sus falsas identidades. De nada le valió en esta ocasión y en el registro se le descubrió todo un arsenal de instrumentos para abrir cajas fuertes, especialidad del detenido. Había sido cazado “in fraganti” justo cuando se disponía a ejecutar el golpe en el que era especialista: abrir un butrón y descerrajar la caja de caudales de la Cooperativa Valenciana de Previsión, que tenía su sede en aquel inmueble.

Gumersindo Fernández Serrano
Enrique Ibáñez López

Si te interesa la historia de las tiendas antiguas de Valencia, recuerda que puedes comprar el libro Comercios Históricos de Valencia en cualquiera de los siguientes enlaces o en librerías físicas y de esta forma apoyas el trabajo de los autores y permites que continúen con su labor de divulgación.






Entradas populares