PELUQUERÍA DE JOSÉ BOVÍ. PLAZA DE LA REINA 7

PELUQUERÍA DE JOSÉ BOVÍ, PLAZA DE LA REINA 7


Boví en una postal coloreada de la primera década del siglo XX

De entre los comercios vinculados a la higiene y ornato personal, las barberías y peluquerías son probablemente el más habitual y exitoso. Tienen estos establecimientos curiosos antecedentes pues en el pasado el barbero, persona diestra en el manejo de la cuchilla, no solo se dedicó al arte de rapar barbas y modelar pelajes sino que además ejercía funciones sanitarias propias de un enfermero o un odontólogo. El barbero en época moderna practicaba sangrías, sajaba forúnculos y quistes y extraía muelas. Los avances sanitarios del mundo contemporáneo fueron apartando al barbero de tales funciones, cada vez más especializadas a medida en que la ciencia avanzaba y el mundo tomaba conciencia sobre el origen de las enfermedades y la conveniencia de dejar la práctica sanitaria en manos de personas cada vez mas especializadas. Aún con esas no era extraño que a mediados del siglo XX el peluquero del barrio ejerciese aún como improvisado ATS administrando inyecciones a quien se lo solicitase.

Llegados tiempos contemporáneos la barbería comenzaba también a refinarse. Hemos visto a menudo en este blog como según aumentaba el nivel de vida medio de la población determinados comercios surgían o se transformaban. La barbería había representado a nivel popular el papel de comercio especializado pero de necesidad tanto para quien desease mantener su barba a raya como, ya hemos visto, para quien necesitase sacarse un diente, Por supuesto la alta sociedad contaba con refinados peluqueros encargados de poner a la moda regias y nobles cabezas, existía de esta forma una gran diferencia entre el tosco barbero de barrio y el refinado coiffeur, que así eran llamados a la francesa, que peinaba a princesas y señoronas.

A finales del siglo XIX tal y como hemos comentado ya en el blog, la sociedad se encontraba en plena transformación. El poder basado en los privilegios de la vieja nobleza de sangre había pasado a una burguesía industrial y comercial que lo ejercía en base a su elevada posición económica. Pero aunque esta nueva clase dirigente hubiese querido que los cambios quedasen ahí, las transformaciones sociales continuarían y las clases populares de forma cada vez más insistente, reclamaban su parte de influencia al tiempo que no sin violencia y conflictividad, la tecnología contemporánea  mejoraba su calidad de vida. 

La vieja barbería de barrio fue por tanto refinándose para cubrir el gran salto de calidad que en el pasado había entre el barbero popular y el peluquero de casa y corte que atendía a la élite. Los establecimientos de barbería se encontraron con la conveniencia de atender a un público cada vez más amplio y variado formado por ese enorme conjunto de personas que iban desde el rico, pero no tanto como para tener peluquero privado al pobre, pero no tanto como para no poder cuidar su aseo e imagen. Ciertas peluquerías se convirtieron así en establecimientos interclasistas a los que acudía desde el pequeño industrial de éxito dueño de una modesta fortuna al comerciante de barrio, pasando por el funcionario, el profesional liberal o todo aquel cuyo nivel de vida descollaba algo de la miseria.

La peluquería, a la derecha junto a la platería La Parisien. A la izquierda, La primitiva Isla de Cuba de los Campoy antes de la construcción del nuevo inmueble.


En esas andaba la sociedad cuando José Boví abrió una peluquería llamada durante algunas décadas a ser establecimiento emblemático de la populosa, céntrica y comercial plaza de la Reina, recoleto triángulo del que partía la calle de San Vicente o la de Zaragoza, hoy monstruoso y deforme boquete urbano obtenido con poca traza y pobre criterio a golpe de piqueta, sobre la ruina del histórico barrio de Zaragoza y que hoy ni permite la contemplación de la Catedral tal y como debiera ni parece otra cosa que una pista de coches de feria rumbo a un aparcamiento subterráneo y un parque de poca gracia y ningún ornato artístico.

Boví abrió su peluquería en el último lustro del siglo XIX, en Reina 7, en competencia con la peluquería de Vitorio Hernández, establecimiento de mayor antigüedad que prestaba sus servicios en el número 2 de dicha plaza y que pronto se vería desbancado por Boví.

Boví tuvo de su parte el buen criterio a la hora de elegir emplazamiento para su negocio, decisión crucial de la que depende en buena parte el éxito o el fracaso de un negocio. La plaza de la Reina era populosa y comercial pero además ocupaba un punto medio entre la vieja Valencia representada por los barrios más céntricos y la nueva Valencia auspiciada por la burguesía cuya vida económica y social comenzaba a bascular hacia lo que hoy es plaza del Ayuntamiento.

Si la plaza de la Reina era un buen espacio comercial, el lugar elegido dentro de ella no estaba peor elegido; frente a la perfumería L´Ideal por un lado y frente a la exitosa Isla de Cuba de los Campoy por otro, a la vista de la calle de San Vicente y bien cerca de la de Zaragoza y con un llamativo rótulo que con historiadas pero bien legibles letras blancas sobre fondo oscuro lo hacían resaltar de entre los de sus vecinos y en el que sin más historia podía leerse bien a las claras, "Bovi peluquero".

Así esta peluquería, que no hubiese sido sino una más de la ciudad se ha convertido en uno de los iconos visuales de las fotografías antiguas de la plaza, perfectamente reconocible en ellas y presente en casi cualquier imagen en la que el fotógrafo quisiese tomar una vista abierta con el campanario de Santa Catalina por fondo.



Sin embargo la peluquería no fue un establecimiento longevo sino un comercio vinculado a la persona de su propietario quien al parecer falleció en 1935. No parece que el comercio le sobreviviese por lo que la peluquería no llegó a cumplir ni de lejos el medio siglo de existencia, de la cual, sin embargo y a despecho de otros comercios de mayor recorrido, ha quedado abundante constancia gráfica.

Autores: Gumer Fernández Serrano y Enrique Ibáñez López





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