APARATOS DE OTROS TIEMPOS: EL GASÓGENO PEYRÓ


Un gasógeno es un aparato que permitía aprovechar los gases resultantes de la combustión de carbón o madera para mover un motor. Estos gases, por lo general nitrógeno y monóxido de carbono, hacían la función de los emitidos por el gasoil o gasolina en los motores de combustión, lo que permitía sustituir esos combustibles en épocas de escasez.

En la actualidad, optimizado, tiene usos industriales en el aprovechamiento de biomasa, pero su época gloriosa fue el periodo que va de la I a la II Guerra Mundial, con sus respectivas posguerras. El gasógeno se convirtió en el apaño que permitía mantener el parque móvil y la maquinaria industrial en marcha en periodos de escasez de suministro de petróleo como consecuencia de la guerra o de sus consecuencias.

En España este aparato fue habitual después de la Guerra Civil, cuando a los daños de la guerra se añadieron las consecuencias del bloqueo internacional al régimen de Franco. Como es habitual en estos casos, el régimen no solo no cayó, sino que se hizo más fuerte y fue la población, tuviese o no culpa o parte, la que pagó las consecuencias.

Vehículo italiano con un gasógeno.
Poca gente tenía coche en aquellos años cuarenta del pasado siglo, lo que hacía aún más importante y necesario el transporte público. Sin petróleo, era urgente hacer que el escaso parque móvil del país se mantuviese en marcha, aún cuando fuese en precario. Aquel invento que permitía transformar motores a gasolina y mantenerlos en marcha se convirtió en la solución y con esta finalidad se creó, por decreto de 17 de septiembre de 1940, la Junta de Gasógenos, cuyo primer presidente fue el General de Brigada Luis Barrio Miegimolle por razón de su condición de Director General de Transportes del Ministerio del Ejército.

No podemos decir que la propuesta de Evaristo Peyró Grau fuese una revolución pues ante la necesidad, en los años cuarenta se produjo un aluvión de marcas y patentes. De hecho el Estado pudo permitirse el lujo de seleccionar, imponiendo que solo se pudiese poner a la venta aquellas declaradas de interés nacional.

Peyró no era novato en la materia, ya en 1933 había intentado patentar un gasógeno capaz de gasificar combustible vegetal sin producir alquitranes, un molesto subproducto resultante del proceso. Al menos en apariencia, el intento no resultó tan fructífero como debiera, pues la burocracia se cruzó en el camino del ingenio y en abril la tramitación de la patente fue suspendida por no tener la documentación en regla.

Placa de un gasógeno de la firma valenciana

Con el mercado en auge volvió a la carga y en noviembre de 1940 registró una nueva patente con la que pretendía optimizar la eficiencia del gasógeno aunque de nuevo la burocracia se cruzó en su camino pues la concesión se demoró más de año y medio. Anticipándose a la concesión, en mayo de 1942 registró su marca “Gasógeno Peyró”. En julio del año siguiente registró la patente de un aparato específicamente adaptado al uso en vehículos de motor, un dispositivo que vendía en su propio domicilio de la calle Quart 21, convertido a la sazón en oficina de ventas.

El fin del embargo internacional y el despegue económico del país permitieron que estos ingenios fuesen poco a poco relegados al olvido, hasta el punto de que hoy en día pocas personas recuerdan aquel elemento, que cargado casi como una mochila en la trasera de coches y camiones, fue tan característico de nuestras calles en aquellos tiempos de penuria.

Gumersindo Fernández Serrano
Enrique Ibáñez López

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