LA BOTICA Y JARABERÍA DEL DOCTOR QUESADA EN LA PLAZA DE LA MERCED


Como a menudo hemos visto, bastantes farmacéuticos no se contentaron con hacer de sus boticas meros despachos para dispensar remedios sino que emprendieron carreras que les llevaron a experimentar en el ámbito de la alimentación y de la industria del medicamento.

En parte tal situación era debida a las circunstancias de la época. Sin una industria farmacéutica tal y como hoy la conocemos, los medicamentos se prescribían por su nombre genérico o su principio activo. El farmacéutico no era por tanto un mero dispensador, pues a menudo era la persona que se encargaba de elaborar en su rebotica lo que el médico había prescrito.

No es extraño, por tanto, que en base a su experiencia y conocimientos, los boticarios comenzasen a elaborar y promocionar sus propias fórmulas magistrales, y a despacharlas como tales, a su nombre. Los más emprendedores o exitosos se preocuparon además de crear, registrar y promocionar sus propias marcas, dando lugar esa actividad a una suerte de pre-industria farmacéutica artesanal, que en los casos de mayor éxito llegó a evolucionar hasta convertirse en una verdadera industria a menudo basada en el éxito y empaque comercial de un producto concreto.

Estos farmacéuticos emprendedores abarcaron ámbitos que iban desde la medicina tradicional hasta las más variadas actividades de cosmética y parafarmacia, tanto que incluso algunos entraban en la industria alimenticia, convirtiéndose en pioneros de la tecnología de los alimentos y la elaboración de ultraprocesados, hoy demonizados pero en el pasado representantes del triunfo de la tecnología frente a la naturaleza.

Una de las marcas para vender productos farmacéuticos de Quesada

Un poco de todo esto hizo nuestro protagonista de hoy, José Quesada Salvador, Doctor en Farmacia. En la década de 1880 tenía una botica en la plaza de la Merced, que regentó hasta los últimos años del siglo, cuando lo vemos instalado en la calle de las Barcas. A principios del siglo XX el Ayuntamiento lo nombró subdirector de Farmacia del distrito del Mar y acaso por esta razón o por alguna otra que se nos escapa, da entrada en su oficina de farmacia a Cristóbal Pardo, ya sea como encargado o como socio, detalles que escapan a esta breve aproximación.

Quesada hubiese podido ser otro boticario más, a no ser porque dio rienda suelta a su propio afán comercial. Con sus conocimientos en química y farmacia se empleó a la tarea de elaborar jarabes y condensados, tanto es así que su botica de La Trinidad fue publicitada también como “jarabería” dando casi tanta importancia a sus concentrados alimenticios como al negocio principal de la farmacia.

Aquellos jarabes no eran meros medicamentos, ues si bien algunos cumplían una finalidad terapéutica, buena parte de sus elaboraciones eran en realidad concentrados de fruta u horchata preparados para diluir en agua o nieve. Hasta 59 variedades diferentes incluía en su catálogo, preparadas para dispensar a granel o “botellas de forma elegante y cabida de 8 onzas”. Los precios oscilaban entre los 2 reales los mñas baratos y los 8 reales los más costosos,  Así una economía modesta podía optar por un jarabe de limón, de granada o de azahar entre otros mientras que condensados terapéuticos como el rábano yodado o el mático, se contaban entre los más caros. Un condensado de chufa se quedaba en 3 reales, al igual que la horchata de almendra o el jarabe de fresa.

Aparte de sus jarabes, Quesada registró hasta tres marcas para distribuir sus fórmulas magistrales: Bebé (1891) El Vivac (1893 y P.P.P (1893), aunque aquella incursión en el mundo de la industria estuvo a punto de costarle cara cuando la industria farmacéutica estadounidense Scott & Bowie lo llevó a los tribunales bajo la acusación de suplantar sus productos.


La Scott & Bowne era propietaria de la Emulsión Scott, un aceite de hígado de bacalao enriquecido con otros compuestos, que se empleaba con fines variados y efectividades no menos diversas para tratar desde el raquitismo hasta la tuberculosis o la difteria. La marca existe en la actualidad y a su nombre se comercializan emulsiones diversas.

Pero su presencia en el mercado español había puesto en pie de guerra a los productores locales, que se esforzaron en desacreditarla. Así, no dudaron en denunciar que la famosa emulsión, aunque pretendía ser de importación, se fabricaba en realidad a las afueras de Barcelona, con el turbio propósito, aseguraban, de eludir el pago de aranceles. La situación llegó al extremo de que el lobby farmacéutico local boicoteó la entrega de una medalla a la Emulsión Scott en la Exposición Universal de Barcelona 1888, con el argumento de que aquel era un producto de inferior calidad.

En el trasfondo de estas disputas se encontraba el afán proteccionista de la modesta industria farmacéutica española, que en buena medida estaba representada por pequeñas marcas elaboradas a modesta escala en reboticas y pequeños laboratorios. Se trataba por tanto de cerrar el paso a los gigantes extranjeros, vetándoles el acceso al mercado español, lo que daba lugar a todo tipo de acciones. La más común y universal era subir los aranceles aduaneros para elevar el coste de los productos extranjeros. De hecho y para evitarlo la Scott & Bowne había decidido invertir en España estableciendo la controvertida fábrica de Barcelona, a lo que la industria local respondío desacreditando el producto que allí se elaboraba.

Claro está que en este contexto, la Scott & Bowne no iba a ser demasiado proclive al entendimiento pues contraatacó con una estrategia muy propia de las multinacionales: la lluvia de demandas. No es táctica ajena a la actualidad la de instrumentalizar a los tribunales para acosar a los pequeños emprendedores acosándolos con pleitos hasta obtener una condena o logar que el coste procesal los asfixie económicamente, por más razón que puedan tener.

Logotipo de la P.P.P. Quesada renunció a esta marca en 1893, desconocemos si como consecuencia del pleito que sostenía con la Scott & Bowne

Tal pudo haber sucedido a José Quesada, cuando el 7 de febrero de 1893 la  sección 3ª de la Sala de lo Criminal de la Audiencia de Valencia dictó sentencia en el proceso que la Scott & Bownie había promovido contra él.

 La empresa neoyorquina aducía los siguientes hechos: el 9 de noviembre de 1890, el ciudadano Francisco Escuder Sancho se había personado en la farmacia de Quesada, y solicitó un frasco de Emulsión Scott sirviendo el boticario otra diferente y de su propia fabricación. La empresa aseguraba que el farmacéutico valenciano suplantaba la marca dispensando en su lugar otro producto.

La Scott ofrecía testimonio sobre lo reiterado de los hechos, lo que a su juicio debía probar que no se trataba de un hecho aislado sino de una conducta fraudulenta e intencional. Así, según la firma, el 10 de noviembre Mariano Pallarés había acudido a la botica de Quesada con receta del médico Rafael Cervera Barat, y ese mismo día Alonso Cutanda había comparecido en la botica con receta del galeno Vicente Beneito Tasso. En ambos casos la Emulsión Scott recetada había resultado suplantada por la que Quesada elaboraba por su propia cuenta.

Publicidad antigua de la Emulsión Scott

El jurado no consideró probados ninguno de los hechos descritos, ni que las similitudes entre el frasco de Quesada y el de Scott fuesen suficientes como para considerarlas ilícitas. De la misma forma también emitió dictamen negativo cuando se le preguntó si Quesada había dado publicidad a su producto.

Se reconocía en el veredicto que la fórmula de Quesada y la de Scott eran análogas y producían idénticos efectos reconstituyentes, pero tal reconocimiento no sustentaba por sí mismo la acusación de plagio, pues las emulsiones y preparados a base de hígado de bacalao, muchos de ellos elaborados de forma artesanal en las farmacias, eran comunes en aquella época. Por tanto incluso esta apreciación del jurado actuaba en beneficio de Quesada, pues la justicia ponía su preparado a la altura del publicitado producto internacional.

Resultó por tanto que en esta ocasión el pez chico se comió al grande. Quesada fue absuelto tras su contundente victoria judicial y la multinacional hubo de contentarse con el triste premio de consolación de que el tribunal no la condenase en costas, por fallar que sus argumentos no eran temerarios y estar justificado el proceso.

Gumersindo Fernández Serrano
Enrique Ibáñez López

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